Para los fans

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21 de febrero de 2014

Yo

Yo (Me)
Cuando tenía cuatro años de edad, lo único que quería era tener una muñeca Tiny Tears que hacía del baño. Nunca me habían atraído las muñecas, pero cuando a mi mejor amiga le dieron una en su cumpleaños decidí que una muñeca que lloraba y se hacía del baño era exactamente lo que le faltaba a mi vida. Después de molestar a mis padres por unas cuantas semanas, eventualmente cedieron – aunque, si soy honesta, capturó mi atención por una semana y luego la pobre terminó en un charco de su propio desperdicio (¡ups!). No tengo idea de qué le pasó, pero supongo que mi mamá la vendió en una venta de jardín o algo parecido.
Cuando tenía ocho años de edad lo único que quería era aparecer en Live and Kicking y bailar con Mr. Blobby. Había algo en esa gran bola rosada con puntos amarillos que me hechizaba por horas. Tristemente, mi deseo nunca se volvió realidad – pero aún tengo mi muñeco abrazable de Mr. Blobby como una de mis posesiones más valiosas y felizmente me acompaña a la cama cada noche (a pesar de que le falta un ojo).
Cuando tenía diez años lo único que quería era ser una Spice Girl. Solía volver locos a mi mamá y papá, corriendo por la casa, gritando la letra de Wannabe mientras hacía una rutina de baile que había inventado. Constantemente ponía una mano en la cadera y la movía a los lados, haciendo el signo de la paz con la otra mano y gritando ‘¡Poder Femenino!’ tan fuerte como podía. Me gustaban mucho e incluso nombré a mi pez dorado Ginger por Geri – mi favorita Spice Girl. Estaba devastada cuando decidió irse. Las Spice Girls sin Ginger no eran lo mismo, así que mi pasión de formar parte del grupo simplemente finalizó (después de llorar por horas, por supuesto).
En algún momento esa pequeña niña extrovertida que solía cantarle a cualquiera que quisiera escuchar y que bailaba sin preocupaciones en el mundo se convirtió en alguien dolorosamente penosa y vergonzosa. De pronto me volví menos confiada en la escuela y con otras personas – prefería la compañía de un buen libro que la de un humano. Es bizarro cómo cambió todo; en la primaria era la chica de la que todos querían ser amigos, pero en la secundaria me había convertido en alguien incómodo e intentaba evitar a todo el mundo. Odiaba la atención, que las personas me hicieran preguntas o me notaran; prefería mezclarme con el fondo. Me sentía más segura de ese modo. Cuando alguien intentaba mantener contacto visual conmigo terminaba temblando como una hoja y poniéndome roja, causando que viera fijamente al suelo por el resto del día. De hecho, si tenía una amiga, Mary Lance, quien era tan socialmente inepta como yo. Digo que éramos amigas – pero en realidad casi no hablábamos, así que supongo que era más mi compañera silenciosa. Era lindo tener a alguien a mi lado en los almuerzos o en clase, alguien que no se entrometiera en mi vida. Creo que nos sentimos cómodas al saber que no estábamos solas.
Al final de la preparatoria, cuando el resto de mis compañeros habían conseguido un lugar en una universidad (Mary fue a estudiar odontología en Sheffield) o planeado tomar un año libre para viajar por el mundo, yo aún no estaba segura de qué quería hacer con mi vida. Decidí unirme a los que se tomaban un año libre, aunque no para viajar. Viajar por el mundo sin sentido y experimentar lo que tenía que ofrecer me atraía, pero no estaba lista para dejar mi hogar o a mi mamá en ese momento. Simplemente me iba a quedar en mi aldea natal en Rosefont Hill, en el condado de Kentucky, y conseguiría un pequeño trabajo que me entretuviera hasta que decidiera qué quería hacer con mis días.
Empecé a buscar trabajo dejando mi currículo en la tiendas de la aldea – no había y no hay muchas. Tenemos un banco, una biblioteca, un servicio postal, Budgens, una florería, algunas tiendas de ropa, una tienda, una cafetería y un salón de té… ¡No era la calle más fascinante! El último lugar al que entré fue Té-en-la-Colina, en lo más alto de la colina, con una gran vista sobre el resto de la aldea.
Cuando entré al salón de té, mis ojos vagaron por las siete mesas cubiertas con manteles florales diferentes, cada una rodeada por dos o tres sillas – todas de diferentes formas y diseños. Las tazas, salseras y teteras usadas por los clientes también tenían patrones contrastantes. Absolutamente nada combinaba, pero bizarramente todo encajaba a la perfección. El olor de los bollos recién horneados llenó mis fosas nasales y jazz de 1950 sonaba suavemente en el fondo. Estaba viendo una pequeña guarida para mujeres – ¿por qué nunca antes había estado aquí?
Volando por la habitación estaba una mujer que supuse tenía unos sesenta años. Su cabello estaba en un gran copete adelante, mientras que el resto de sus rizos estaban sujetos bajo una red. La vi moverse entre los clientes – tomando órdenes, llevando comida y deteniéndose brevemente para platicar por aquí y allá. Seguía teniendo una sonrisa de clama en su rostro, a pesar de que era claro que manejaba el lugar sola.
Me paré en el mostrador y esperé a que viniera, y eventualmente lo hizo mientras se secaba la mano en su delantal rosa y floral, que cubría un encantador vestido azul.
‘Hola, cariño. Perdón por hacerte esperar. ¿Qué puedo hacer por ti?’ preguntó, con una gran sonrisa y amables ojos azules.
En las tiendas anteriores había entrado y solo había querido aventar mi currículo en las manos del gerente y luego salir por la puerta, sintiéndome instantáneamente incómoda mientras el pánico empezaba a consumirme, pero había algo en esta mujer que me hacía querer conseguir el trabajo. Incluso mantuve contacto visual con ella por uno breves momentos y casi me sentí cómoda al hacerlo.
‘De hecho, vine a dejar mi currículo,” dije, mientras revolvía mi mochila y sacaba uno recién impreso. La dama lo tomó de mis manos y casualmente lo miró.
‘¿Has trabajado antes en una tienda?’ preguntó, echando un vistazo al papel.
‘Si, en una florería,’ dije en voz baja.
‘¿Así que ya sabes cómo saludar a los clientes con una sonrisa amigable?’
Asentí educadamente mientras sentí como me miraba de la cabeza a los pies, con la sonrisa aún en su rostro con muchas arrugas.
Quizá en este punto debería haberle dicho que la mayoría del tiempo allí  lo había pasado lavando macetas sucias en la parte trasera de la tienda, fuera de vista y sin contacto con los clientes; pero antes de poder decirlo ella siguió.
‘¿Cuántas horas quieres trabajar?’ preguntó.
No había pensado eso, pero un vistazo a la habitación me dijo que felizmente pasaría mucho tiempo aquí. ‘Tantas como pueda darme.’
‘Y – una última cosa - ¿te gusta el pastel?’
‘Me encanta,’ dije, con una sonrisa nerviosa.
‘¡Me gusta escuchar eso! Estás contratada. De hecho, llegaste en un muy buen momento, mi última mesera inesperadamente renunció ayer – ¡sin explicación!’
‘¿En serio?’
‘Tristemente, si… aunque era muy gruñona así que no me molesta mucho. Por cierto, soy Molly.’
‘Soy Sophie’ Le ofrecí mi mano pero la vio, la tomó y me dio un cálido abrazo. Recuerdo jadear por la intimidad, como si no fuera algo a lo que estuviera acostumbrada. Al principio me sentí rígida y entumecida pero una vez que la sorpresa disminuyó se volvió algo muy relajante y agradable.
‘Ahora, ¿tienes planes para el resto del día?’ preguntó suavemente, liberándome de su abrazo.
Sacudí la cabeza y encogí los hombros.
‘Genial, entonces digamos que este es tu primer día.’ Deslizó una bandeja con una jarra de té, una taza y una salsera en mi dirección. ‘Lleva esto a la señora Williams, la dama  con la blusa color crema – la que tiene la nariz enterrada en Bella. Iré a buscarte un delantal.’
Cogí la bandeja y me dirigí hacia la señora Williams y cuidadosamente puse el té hirviendo frente a ella. Ella bajó su revista y me miró con atención por encima de sus lentes; inmediatamente la reconocí, la había visto en la aldea.
‘Eres nueva aquí,’ declaró.
‘Si, acabo de empezar. Literalmente.’
‘Vives en Willow Mews, ¿no? Tu mamá es esa hermosa dama en la biblioteca.’
‘Así es,’ asiento tímidamente.
‘Oh, ella siempre es muy amable – siempre me ayuda a llevar mis libros a casa. Verás, ¡tengo ojos codiciosos cuando se trata de libros! Soltó una risa infantil y cerró los ojos. ‘Mándale mis saludos, por favor, cariño,’ dijo, mientras servía una taza de té con dos terrones de azúcar.
‘Lo haré, señora Williams,’ dije, mientras regresaba al mostrador donde estaba Molly.
‘¿Eres la hija de Jane Mary?’ preguntó Molly.
‘Así es,’ dije, asintiendo la cabeza ligeramente,
‘Eso pensé. Bueno, si eres como ella tengo suerte de que estés aquí,’ dice con una amable sonrisa mientras extiende la mano y me da un delantal.
Mi primer día en el salón de té pasó volando – hubo un horrible momento en el que un plato se me resbaló de la mano, voló y se estrelló ruidosamente en un millón de piezas, causando que llorara dramáticamente, pero aparte de eso, todo salió muy bien.
Mi año libre pasó volando antes de que tuviera oportunidad de pensar en que quería hacer después, así que lo extendí a dos años… luego a tres años… luego a cuatro, hasta que de pronto me di cuenta que no tenía deseos de ir a la universidad; estaba feliz en donde estaba, y sigo estando igual de feliz ocho años después.
Aunque empecé como mesera, Molly tenía mucha fe en mí y me enseño todo lo que sabía sobre hornear pasteles y servir con una sonrisa. Cada día horneamos bollos frescos, muffins y pasteles, y experimentamos con nuevas recetas, mientras arreglamos el mundo. A los sesenta y seis años, a Molly su doctor le dice constantemente que debería relajarse y empezar a tomas las cosas con más calma – pero ella no escucha.

No sólo encontré una pasión y una carrera cuando tropecé con Té-en-la-Colina ere día; también encontré una mejor amiga. En retrospectiva, sé que Molly tenía una idea de quién era yo en cuanto entré a la tienda. También creo que, sabiendo quién era, no había modo en que me hubiera rechazado sin ayudarme, porque está en su naturaleza ayudar a aquellos que necesitan curarse; y yo definitivamente necesitaba eso.

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